Coral blanco a profundidades inéditas de 1100 metros; comunidades bentónicas muy densas, bien estructuradas y con diferencias notables entre ellas; colonias de coral de grandes dimensiones, centenarias e, incluso, milenarias. Estos son algunos de los hallazgos realizados en el cañón submarino de Blanes, en el marco del proyecto ABRIC, dirigido por el Instituto de Ciencias del Mar del CSIC, y que está liderado por el geólogo marino Pere Puig.
Un descubrimiento asombroso El cañón de Blanes, cuya cabecera se encuentra a unos 5 km de la costa, es como un valle en el fondo marino, de unos 60 kilómetros de largo y medio kilómetro de ancho, con paredes verticales y abovedadas, que desciende hasta los 2300 metros de profundidad aproximadamente. En sus paredes se han descubierto recientemente colonias extensas y densas de corales profundos de agua fría, que viven a temperaturas de unos 13 º C. Se trata de un oasis de biodiversidad, que da refugio a numerosos peces y crustáceos juveniles, con numerosas especies de coral y gorgonias asociadas, algunas de ellas protegidas y en peligro de extinción. Fue en 2017, durante un proyecto previo del ICM-CSIC para estudiar el efecto de la pesca de arrastre en los sedimentos marinos profundos, cuando el mismo Pere Puig descubrió en el cañón de Blanes enclaves con gran abundancia de estas colonias de corales. Ahora, los científicos del Instituto de Ciencias del Mar del CSIC, en colaboración con investigadores internacionales, han estado explorando la zona, a bordo del buque oceanográfico del CSIC Sarmiento de Gamboa.
Comunidades bentónicas muy diversas y estructuradas En una primera fase de la campaña oceanográfica, iniciada a mediados de febrero, los científicos han explorado tres zonas del cañón, dos en la cara Norte, más cercana a los caladeros de pesca, y una tercera en el flanco Este, utilizando dos robots submarinos operados por control remoto: el ROV Liropus, del Instituto Español de Oceanografía (IEO) y el ROV Ariane, del Institut Français de Recherche pour l’Exploitation de la Mer (IFREMER). En la segunda fase de la campaña, realizada durante los últimos días de febrero, los científicos han ampliado las zonas de estudio y han caracterizado con más detalle estos ambientes. “Ha sido una grata sorpresa descubrir que en el cañón de Blanes hay muchos ambientes con comunidades bentónicas muy bien desarrolladas y estructuradas, con especies muy diferentes entre ellas”, dice Pere Puig, líder del proyecto. Eso puede deberse a la morfología del propio cañón. “En comparación con otros cañones del Mediterráneo”, apunta Puig, “el de Blanes tiene muchas fallas y fracturas, que han generado ambientes con paredes verticales, terrazas y afloramientos rocosos, que es donde se asientan los corales, y es lo que probablemente ha permitido la formación de enclaves con comunidades muy diferentes”. Y añade: “Hemos encontrado colonias de corales muy densas. Los corales son de tamaños diferentes, la mayoría de ellos grandes, pero también hay colonias de pequeñas dimensiones. Esto último es buena señal, porque quiere decir que las comunidades siguen creciendo y expandiéndose”.
Especies raras y colonias milenarias Por su parte, Jordi Grinyó, biólogo del CSIC en el Instituto de Ciencias del Mar, explica: “nos ha sorprendido ver una zonificación de las especies. Hay zonas dominadas por corales que forman arrecifes, como Lophelia pertusa o Madrepora oculata, otras dominadas por corales negros como Leiopathes glaberrima o gorgonias como la Callagorgia verticillata o Muriceides lepida, que hasta ahora estaba considerada una especie rara pero que aquí es muy abundante”. También ha llamado la atención de los científicos la transición de especies en las paredes verticales. “Por ejemplo, mientras íbamos subiendo con los robots desde los 1000 hasta los 600 metros de profundidad hemos visto cómo iban cambiando las especies dominantes. Por ejemplo, a mil metros de profundidad observamos arrecifes de ostras Neopycnodonte zibrowii, las cuales muy raramente se pueden ver vivas, y progresivamente las especies dominantes iban cambiando a diferentes especies de corales y más adelante a gorgonias”, explica Jordi Grinyó. Las imágenes obtenidas con los robots submarinos permiten ver especies de coral poco documentadas en el Mediterráneo, y constatar la presencia de colonias de grandes dimensiones. “Por los ritmos de crecimiento que conocemos de estas especies, podría tratarse de colonias centenarias e incluso milenarias”, apunta Pere Puig. Es el caso del coral negro Leopathes glaberrima, del cual han hallado colonias de más de dos metros. “No es tan raro hallar coral negro en el Mediterráneo, dice Meri Bilan, bióloga de la Universidad de Salento (Italia) que realizará su tesis doctoral con estos resultados científicos, “pero sí hallar unas colonias tan extensas y de tantos años. Su crecimiento es extremadamente lento. El coral blanco crece a un ritmo de 1 cm por año, aproximadamente. El negro crece apenas una fracción de milímetro por año”. Los científicos han visto también corales que se han asentado y están creciendo sobre antiguas líneas de palangre que quedaron enganchadas y abandonadas en las paredes del cañón.
Estudiar el efecto de la pesca Los científicos están sorprendidos por el buen estado de estas comunidades, a pesar de la cercanía de los caladeros de pesca, a pocos centenares de metros, y apuntan que las paredes abovedadas del cañón pueden haber ofrecido protección frente a la caída de sedimentos. Y es que la pesca de arrastre desplaza de forma periódica sedimentos a favor de la pendiente, desde los flancos del cañón, donde se encuentran los caladeros de pesca, hasta llegar a su eje, donde se acaban acumulando. Se desconoce qué efecto puede tener esa lluvia de sedimentos sobre las comunidades de coral. Para averiguarlo, los científicos han instalado cinco anclajes con instrumentos oceanográficos en diferentes lugares del cañón, que registrarán durante cuatro meses la dinámica sedimentaria alrededor de estas comunidades: correntímetros, para el registro de las corrientes marinas; trampas de sedimento, para recoger los sedimentos que caen; y turbidímetros, para analizar la turbidez del agua. Las trampas de sedimento tienen compartimentos de apertura y cierre automatizados, para recoger cada semana, de forma separada, la ‘lluvia’ de sedimento. Eso permite saber las diferencias entre semanas, y entre períodos de veda y de actividad de pesca.
También han tomado muestras de agua para analizar su composición orgánica. Más adelante, extraerán testigos de sedimento para analizar su composición a lo largo del tiempo y poder evaluar las tasas de acumulación y los efectos de la pesca en el pasado y en el presente. NOTICIA COMPLETA AQUÍ
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